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martes, 30 de enero de 2007

El Cielo

Estoy confinada a un rincón de la habitación donde nadie puede verme, apenas iluminada por el gélido reflejo de un antiestético portalámparas que nada sabe de brillos y lujos de otros tiempos.
Despojada de mi función, yo que supe tener el cielo a mis pies ahora vivo en suelo, cubierta de un hedor pegajoso, decaída, desgastada.
Los dorados ya no son soles y ninguna de mis bombillas funciona ya; los ángeles y los pájaros se fueron yendo y sólo quedo en mí el sabor amargo de antiguas pisadas, gloriosas voces e inmensos aplausos.
La bella durmiente despertaba de su eterno letargo al son de Tchaikovsky cuando llegaron ellos; rumores de cambio prometían devolvernos el viejo esplendor, una nueva era había llegado.
Y no me equivoco cuando afirmo que así lo fue, exactamente el dos de septiembre de ese mismo año, fui descolgada del cielo del Colón por un centenar de manos que jamás me devolvieron a mi lugar.
Mis cristales mutilados, hurtados en su gran mayoría, se desperdigaron por el mundo; mis bronces se vendieron como baratijas en las ferias de Retiro y Liniers, mis ornamentos fueron gastándose y mi corazón se hundió en la más profunda sequedad.
En septiembre de este nuevo año, mi viejo amigo, volverá a abrir sus puertas; y si acaso tú, lector, te encontrases bajo su cielo y por un momento me evocases con la mirada, una vez más está triste anciana se iluminaría. Y entonces volverán los pájaros, los ángeles y El Colón será nuevamente lo que un día fue.


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