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miércoles, 15 de octubre de 2008

y sin embargo

El cuarto tiene casi veinte metros cuadrados y pisos de madera. Las paredes son color verde agua, están gastadas y tienen manchas de humedad que permiten adivinar casi todas las constelaciones.

En una de las paredes hay un imponente ropero, oscuro, de más de 100 metros o al menos así lo veíamos nosotras cuando todavía éramos chicas y peleábamos por ver quien dormía en la cama con mamá.

Papá estaba, pero podía dormir en otro cuarto tal como lo demostraría la vida en algunos años.
En la pared de enfrente y para contrarrestar la sombra del gigante, hay un espejo. Y una cómoda con manijas redondas y enchapadas en plata, supongo. En sus cajones hay ropa interior y depende la estación del año ropa de verano o de invierno. No son estos cajones los que me llaman la atención, sino otros, más largos y profundos, donde mamá guarda viejas fotos, relojes, mechones de pelos y hasta algunos dientes que no me atrevería a tocar pero que alguna vez llevé conmigo.

De todas las fotos hay una que llama mi atención, está en un sobre color madera doblado varias veces, tiene un sello de una casa de fotografías que yo no conozco.

En la foto hay tres personas, dos hombres y una mujer sentada sobre un auto verde como una postal. Reconozco al hombre parado junto a ella. Flaco, alto, de pantalones de corderoy marrón terminados en campana y camisa con cuadros pequeños. Es papá.

Sonríe como si supiese que unos años voy a encontrar esa foto, la voy a sacar del sobre marrón y la voy a guardar en una cajita llena de papeles de golosinas y entradas a bailes de la primavera.
El resto de las paredes no me interesan, una está vacía con una guarda de flores y ciruelas, la otra tiene un cuadro de una mujer con un perro que pasó por las paredes de cada uno de los miembros de esta familia. La pared es tan grande que el cuadro apenas se nota. El cuadro es tan marrón que bien podría ser una nueva mancha de humedad.

Una vez me propuse restaurarlo, así como mamá se propuso restaurar la casa para estar más cómodos. Pero pasó que él se fue, que ella se fue, que yo me fui y el cuadro quedó.

jueves, 2 de octubre de 2008

Mitologías 1

Dicen los que saben que hace miles, millones de años los secretos del Taurus fueron revelados; pero sólo a aquellos que tuvieron la valentía suficiente de cruzar un inhóspito laberinto hasta llegar a su morada.

Los dioses fueron advertidos, el Taurus no es una criatura de confianza. Tan seguro está de sus dotes que es capaz de llegar hasta donde nadie llegó para demostrar su poder. Mas los dioses no quisieron escuchar y perdonaron al Taurus sus ofensas, le permitieron quedarse con sus dotes a cambio de que los comparta con el resto de los bóvidos.

Los dioses cometieron un error y ha llegado el momento de pagar, subestimaron el poder de Taurus y creyeron que una enredadera de muros bastaría como prisión eterna. Olvidaron que en esta fantástica criatura se conjugan la destreza de un guerrero con la fuerza y la perseverancia de un toro.

Taurus halló su camino de salida, venció cada uno de los obstáculos y dirigió su marcha en busca de quienes lo habían abandonado en tales inhóspitos paisajes. Los días que tardó en hallar la morada de los dioses sirvieron para incrementar su furia y su deseo de venganza.

Al llegar, quienes lo vieron buscaron refugio pero ya era demasiado tarde. Taurus había engañado a los dioses y reservó para si el secreto más poderoso de todos. Seguro de su misión Taurus los desafió a un duelo sin igual, el más sucio que se recuerde en la historia del universo.
Los dioses prepararon sus mejores armas, crearon mareas, tornados, terremotos que sacudieron la tierra y el cielo. Pero no fue suficiente.
Intentaron con vientos que todo lo arrasaban, espesas neblinas, tormentas, aguaceros y hasta granizo. Taurus seguía de pie, tal como si nada hubiese sucedido.

Derrotados y perplejos los dioses no pudieron dejar de preguntarse por aquella mágica característica que le daba a Taurus la vida eterna y el poder de resistir las fuerzas de la naturaleza.

Los años pasaron y los dioses vencidos no pudieron jamás descubrir este preciado secreto y en ello se les fue la vida.