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jueves, 29 de mayo de 2008

La non Vie

Tengo 50 y estoy cansada. Tengo la casa, el perro, el hijo, el Clio y aún así me siento insatisfecha.

Planté un árbol, leí mil libros, tengo todos mis órganos y aún así me desvelo cada noche.

Quiero vomitar, sacarme este traje negro y no colgarlo. Tirarlo por la ventana, cortarlo en pedazos y hacérselos tragar uno por uno a mi jefe.

Mi hijo llora y grita, Barney es violeta y estúpido y mi marido duerme con ella y cree que yo no los veo.

Y quizás tenga razón.

De un tiempo hasta parte no veo, no escucho, no pienso, sólo me mareo.

Dicen que a los 40 el sistema reproductor de la mujer deja de funcionar; se seca por dentro, algo muere. Pero ese no es mi caso. Tengo cincuenta con un embarazo a cuestas, no deseado, un marido frustrado en su vida y su profesión, un hijo maleducado y apañado por padres ausentes que viven para su trabajo y las apariencias.

Pensaba decírselo esta mañana ,con los resultados, cuando tuviese la certeza de un estudio de sangre; pero a esa hora él esta con ella. Y no me importa porque estoy muerta y sin embargo llevo la vida adentro.

Hace frío y camino con los papeles en la mano. Estoy en contra del aborto y en contra de una vida lujuriosa sin amor.

Tomo las decisiones sola, gracias a la liberación femenina y la autosuficiencia. Pienso fría y calculadoramente cada paso. Sé como obtener lo que quiero en el momento que quiero.

Dudo si aún puedo sentir.

La sala de espera no es como la de las clínicas en las que usualmente me atiendo.

No hay asientos marrones gastados, ni recepcionistas gordas que llaman de mala gana mientras dejan su cigarrillo manchado con rouge al borde del escritorio, pero tampoco pisos azulejados con olor a desinfectante y plasmas de 5000 dólares con la única función de hacer la espera más amena.

Es austera pero limpia. La secretaria es joven, me pide los datos y le miento.

Hoy el celular no suena o sí, pero no lo escucho, porque ya no lo tengo conmigo.

20 minutos, estoy impaciente.

-Sra. Martínez.

Esa vengo a ser yo.

Me paro,

camino,

siento nauseas.

Voy a divorciarme, voy a renunciar.

Voy a entrar a una sala donde un desconocido va a realizar una práctica intrusiva en mi vagina.

Camino, más rápido.

Estoy afuera, es demasiado tarde, la vida en mi se contagió.

Voy a renunciar, voy a dejar a mi marido, voy a darle un sopapo a mi hijo y lo voy a abrazar. Voy a ser una madre soltera de 50 años.

Voy.

viernes, 23 de mayo de 2008

ya no más


Hay una psicóloga de traje marrón, con falda corta y blusa blanca escotada. El pelo atado, tirante, doliente.
Con una vara de madera apunta a mi cerebro vencido y repite _no encajás, no encajás_
Entrecierro los ojos y veo el desarrollo de un pelaje extraño en su cara, un miembro pequeño en sus manos, un ello gigante.
La barba me atrapa, me lleva entre luces blancas y azules; en el camino veo a un Darwin que me saluda, un Quijote que llora entre molinos de viento, una manzana.
Abro los ojos, las tiras blancas me duelen. La cama blanca, la pared blanca, la enfermera blanca, mi mente blanca.
Descanso.