Compartir!

miércoles, 25 de febrero de 2009

La vuelta de wells. Arnaldo Jabor

Entrevista del Diario O Globo a Marcola (PCC - Sao Paulo)

De más alla

- ¿Vos sos del PCC (Primero Comando Capital)?
- Más que eso, yo soy una señal de nuevos tiempos. Yo era pobre e invisible... ustedes nunca me miraron durante décadas... Y antiguamente era blando resolver el problema de la miseria... El diagnóstico era obvio: migración rural, desnivel de renta, pocas favelas, periferias ralas. La solución que nunca venía... ¿Qué hicieron? Nada. ¿El gobierno federal alguna vez destinó presupuesto para nosotros? Nosotros sólo aparecimos en los desmoronamientos en el morro, o en las canciones románticas sobre la “belleza de los morros al amanecer”, esas cosas...
Ahora estamos ricos con la multinacional del polvo. Y ustedes están muriendo de miedo... Nosotros somos el inicio tardío de vuestra conciencia social... ¿Viste? Soy culto... leo a Dante en la prisión.
- Pero la solución sería...
- ¿Solución? No hay más solución... La propia idea de “solución” ya es un error. ¿Ya viste el tamaño de las 560 favelas de Río? ¿Ya anduviste en helicóptero sobre la periferia de São Paulo? ¿Solución cómo? Sólo vendría con muchos billones de dólares gastados organizadamente, con un gobernante de alto nivel, una inmensa voluntad política, crecimiento económico, revolución en la educación, urbanización general; y todo tendría que ser bajo la batuta casi que de una “tiranía esclarecida”, que salte por encima de la parálisis burocrática secular, que pasase por encima del Legislativo cómplice (¿o vos creés que las 287 sanguijuelas van a actuar? Si bobean, van a robar hasta al PCC...) y del Judicial, que impide puniciones. Tendría que haber una reforma radical del proceso penal del país, tendría que haber comunicación e inteligencia entre policías municipales, estaduales y federales (nosotros hacemos hasta tele-conferencias entre presidios... ) Y todo esto costaría billones de dólares e implicaría un cambio psico-social profundo en la estructura política del país. O sea: es imposible. No hay solución.
- ¿Vos no tenés miedo de morir?
- Ustedes son los que tienen miedo de morir, yo no. Además, acá en la cárcel ustedes no pueden entrar y matarme... pero yo puedo mandar a matarlos a ustedes afuera... Nosotros somos hombres-bomba. En la favela hay cien mil hombres-bomba. .. Estamos en el centro de lo indisoluble, exactamente. .. Ustedes en el bien y yo en el mal, en el medio, la frontera de la muerte, la única frontera.
Ya somos otra especie, ya somos otros bichos, diferentes a ustedes. La muerte para ustedes es un drama cristiano en una cama, en el ataque al corazón... La muerte para nosotros es la presunción diaria, tirados en una zanja... ¿ustedes intelectuales no hablan de lucha de clases, de “sea marginal, sea héroe”?
Bueno, es eso: llegamos, ¡somos nosotros! Ja, ja... ustedes nunca esperaron a estos guerreros del polvo, ¿no? Yo soy inteligente. Yo leo, leí 3000 libros y leo a Dante... pero mis soldados son todos extrañas anomalías del desarrollo rengo de este país. No hay más proletarios, o infelices, o explotados. Hay una tercera cosa creciendo ahí afuera, cultivándose en la llama, educándose en el absoluto analfabetismo, diplomándose en las cárceles, como un monstruo alienígena escondido en las márgenes de la ciudad. Ya surgió un lenguaje nuevo.
¿Ustedes no escuchan las grabaciones hechas “con autorización de la Justicia ”? Bueno, es eso. Es otro lenguaje. Estamos delante de una especie de post-miseria. Eso. La post-miseria genera una nueva cultura asesina, ayudada por la tecnología, satélites, celulares, Internet, armas modernas. Es la mierda con chips, con megabytes. Mis comandos son una mutación de la especie social, son hongos de un gran error sucio.
- ¿Qué cambió en las periferias?
- Dinero. La gente hoy tiene. ¿Ustedes creen que quien tiene 40 millones de dólares como el Beira-Mar no manda? Con 40 millones la prisión es un hotel, un escritorio.. . ¿Cuál es la policía que va a quemar esta mina de oro, entendés? Nosotros somos una empresa moderna, rica. Si un funcionario vacila, es despedido y tirado al microondas.. . ja, ja.
Ustedes son el Estado quebrado, dominado por incompetentes. Nosotros tenemos métodos ágiles de gestión. Ustedes son lentos y burocráticos. Nosotros luchamos en terreno propio. Ustedes en tierra extraña. Nosotros no tememos la muerte. Ustedes mueren de miedo. Nosotros estamos bien armados. Ustedes van de tres octavos. Nosotros estamos en el ataque. Ustedes en la defensa. Ustedes tienen la manía del humanismo. Nosotros somos crueles, sin piedad.
Ustedes nos transforman en superstars de cine. Nosotros los hacemos a ustedes payasos. Nosotros somos ayudados por la población de las favelas, por miedo o por amor. Ustedes son odiados. Ustedes son regionales, provincianos. Nuestras armas y productos vienen de afuera, somos globales. Nosotros no nos olvidamos de ustedes, son nuestros clientes. Ustedes nos olvidan así como pasa la violencia.
- ¿Pero qué es lo que tenemos que hacer?
- Voy a dar una avispada, aún contra mí. ¡Agarren a los barones del polvo! Hay diputado, senador, hay generales, hay hasta ex presidentes de Paraguay en los cárteles de cocaína y armas. ¿Pero quién va a hacer eso? ¿El Ejército? ¿Con qué plata? No hay dinero ni para el rancho de los reclutas...
El país está quebrado, sustentando un Estado muerto a intereses de 20% anual, y Lula todavía aumenta los gastos públicos, empleando 40 mil picaretas. ¿El Ejército va a luchar contra el PCC y el CV (Comando Vermelho)? Estoy leyendo a Klausewitz, “Sobre la guerra”. No hay perspectiva de éxito... Nosotros somos hormigas devoradoras, escondidas en las márgenes... La gente ya tiene hasta armas antitanques. .. Si pelotudean, van a rolar unos Stingers ahí...
Para acabar con nosotros, sólo tirando bomba atómica en las favelas... Además, nosotros terminamos tirando también “unita”, de esas bombas sucias precisamente. .. ¿Ya pensaste? ¿Ipanema radioactiva?
- Pero... ¿no habría solución?
- Ustedes sólo pueden llegar a algún logro si desisten de defender la “normalidad”. No hay más ninguna normalidad. Ustedes precisan hacer una autocrítica de la propia incompetencia. Pero voy a ser franco... en la buena... en la moral... Estamos todos en el centro de lo indisoluble. Sólo que nosotros vivimos de él y ustedes... no tienen salida. Sólo la mierda. Y nosotros ya trabajamos dentro de ella. Mirá acá, hermano, no hay solución. ¿Saben por qué? Porque ustedes no entienden ni la extensión del problema. Como escribió el divino Dante: “lasciate ogni speranza voi che entrate!” Perezcan todas las esperanzas ¡estamos todos en el infierno!
Marcola.

martes, 24 de febrero de 2009

Granizando

El día en que volvió a caer granizo en Buenos Aires me levanté, como de costumbre, a las seis y cuarto de la mañana, me preparé el mate y encendí la radio en el dial que mi mujer había dejado la noche anterior. La voz de una locutora dormida repetía los primeros títulos matutinos cuando escuché la bocina que esperaba .
Me cebé un último mate y agarré el portamonedas que a esa hora aún estaba lleno, mientras el chofer de la noche empezaba a fastidiarse .
Subí al auto, volví a sintonizar las noticias y antes de empezar el recorrido llevé a su casa al chofer, que ya roncaba en el asiento del acompañante.
Lo mismo de siempre, el subte con servicio normal, los trenes demorados, la Ricchieri cortada por un piquete, veinte minutos de cola en el peaje Buenos Aires-La Plata. A las siete ya había amanecido, y la mañana era gris. Sin haber desayunado, encendí el primer cigarrillo que tuve que apagar cuando subió mi segunda pasajera.
A las once y media una lluvia finita me ensuciaba el auto que había mandando a lavar el día anterior, pero por lo menos hacía que aumentase la cantidad de pasajeros. Trabajé casi sin parar hasta las tres, para esa hora el cielo estaba cubierto y empezaban a caer unas densas gotas.
Como siempre que llueve la gente enloquece, las calles están repletas de autos y los taxistas llenamos nuestros asientos con pasajeros y agua. Doblé por una avenida para salir del caos de las callecitas angostas cuando una mano llena de papeles me hizo señas.
Estacioné lo más cerca que pude del cordón, subió un hombre de sobretodo gris que comentó había escuchado un alerta meteorológico; hice un comentario acerca de cómo siempre se hablaba de lo mismo y de cómo desde la vez en que había granizado siempre se pronosticaba que iba a volver a pasar.
El hombre de sobretodo insistió y pidió que lo llevara a su casa lo antes posible. De camino sintonicé una y otra radio en busca de alguna canción pero sólo encontré locutores que, escépticos o no, anunciaban alarma total y recomendaban buscar un refugio para pasar la tarde.
Apagué la radio y sin querer doblé por una calle en la que no cabía un auto más. Quedamos atrapados, mi pasajero se revolvía en el asiento con cada trueno; yo miraba el cartel oxidado de un albergue transitorio al que yo había ido una vez con una novia de la secundaria.
En ese momento no recordaba siquiera el nombre de la chica, nos habíamos visto un par de veces, siempre furtivamente en hoteles, albergues y asientos traseros de autos prestados. Era verano y la dejé el día en que cumplí los dieciocho, cuando esperaba convertirme en el contador que soy, aunque no pensaba terminar manejando un taxi.
Roxana, así se llamaba. Distraído, no me di cuenta que la fila se había movido un poco; avancé y quedé parado justo en la puerta del telo.
El cielo se puso negro del todo, el granizo empezó a caer con fuerza y la gente en pánico total. El del sobretodo hubiera querido bajar del taxi y correr hasta su casa, pero sensato como era, trabó las puertas, mientras yo maniobraba para entrar a la cochera del albergue y poner el auto a salvo.
Quince minutos y casi cincuenta abollones después estábamos bajo techo. El estacionamiento se parecía a un juego que yo tenía de chico donde había que poner la mayor cantidad de piezas posibles en un espacio reducido sin que se tocasen.
Bajamos del auto, encendí un cigarrillo y empecé a deambular por el lugar. Mi pasajero se sentó contra el capot y miraba los abollones, tan preocupado que sentí pena.
Él había dejado el sobretodo en el auto y se había arremangado la camisa; le ofrecí un cigarrillo que aceptó, y nos quedamos sentados contra el capot del auto sin decir nada.
Veinte minutos más tarde el granizo paró, el agua y el transito comenzaron a desagotarse.
La salida del telo era lenta, algunas parejas habían abandonado su auto y aprovecharon el tiempo en habitaciones baratas sin jacuzzi. Mi pasajero y yo volvimos al auto, bajé la ventana para encender un nuevo cigarrillo y entonces la vi.
La fila comenzaba a moverse, puse marcha atrás y me fui alejando casi sin mirar a mi mujer que subía a un auto que más de una vez yo había visto en el estacionamiento de su oficina. El hombre del sobretodo se acomodó la camisa y recuperó su lugar de pasajero; salimos a la calle y retomé la avenida rumbo a su casa. Pensé: no le voy a cobrar el viaje.